En la época en que San Francisco de Asis vivia en Gubbio, apareció un lobo feroz, que devoraba a las bestias y atacaba a los hombres.
San Francisco Conmovido por los pobladores decidió ir al encuentro del lobo y haciendo la señal de la cruz ingresó a la madriguera del lobo.
El lobo con sus fauces abiertas, se abalanzó sobre San Francisco. Pero este hizo sobre la bestia la señal de la cruz y le dijo: "Hermano Lobo, te ordeno en nombre de Cristo que no hagas daño ni a mí, ni a nadie", inmediatamente el lobo cerró su boca y se detuvo.
Obedeciendo la orden del Santo, el lobo dulce como un cordero se puso a sus pies.
"Hermano Lobo", le dijo el Santo, "Yo quiero reconciliarte con todo el mundo; tú ya no harás mal a nadie; y ni ellos, ni sus perros te perseguirán en adelante".
El lobo ante estas palabras, con sus movimientos de la cabeza y de la cola, indicaban que entendía y respetaria la orden del Santo. El lobo le siguió, manso como un cordero.
Las Florecillas de San Francisco
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